Emilia Ayarza de Herrera nació en Bogotá (Colombia) en 1919 y murió en Los Ángeles (EE. UU.) en 1966.
VOCES AL MUNDO
“Quien quiera que seas
yo pongo mi mano sobre ti;
sé tu mi poema”.
Walt Whitman
Que vengan. Sí. Que estoy llamando.
Que estoy abriendo mi voz como una flor
al mundo entero.
Estoy hablando un millón de lenguas y dialectos,
estoy estirando los brazos infinitamente.
Que vengan. Sí. Que vengan los tristes, las mujeres sin hijos,
los hombres negros, los niños sin risa,
los jornaleros, las vírgenes y los poetas,
que vengan los ladrones, los que esconden en la axila la jeringa,
las monjas de sexo y de corneta blanca,
que vengan, sí, que vengan.
Yo estoy en su llanto, en su vientre infecundo,
en su color de muerte viva, en su barro,
en su caos de llama y de silencio
en la penumbra mental de sus orgasmos.
Yo estoy en la puerta del mundo
alta y joven
en el centro del misterio y la verdad.
Ríos de fósforo me corren debajo de la piel.
Represento los árboles, el lodo y los diamantes.
Soy la ola cómplice de los piratas
y la serena espuma de los náufragos.
Que vengan. Que vengan todos a mi cuerpo universal.
A mis senos generales. A mi vientre infinible.
A mis brazos y a mis piernas cardinales.
Que vengan que soy la conciencia de los tristes
la memoria de los olvidados
la más desesperada tiniebla de los ciegos
el pecado capital de los cartujos
el agua, el pan, el techo, la tierra de los hombres.
Que nadie deje de venir.
Yo soy la playa. La jaula. El tren. El libro traducido.
La niña elemental. La cordillera. El traje azul.
Que no se detengan ante mí. Mis brazos son anchos
y rodean el globo
y no tengo medida ni límite especial.
Que vengan, que soy la hermana sin casar,
la madre con amante, la pariente fea,
la hija indefinida y musculosa,
el sobrino ratero, la amiga vergonzante,
el desertor, la abuela sin cuentos,
la maestra de la piel de mapa.
Digo que vengan, porque soy múltiple, abundante y total.
Porque tengo el nombre de todos,
la estatura, el sabor, la corrupción, la bondad de todos.
Camino los pasos de un millón de pies,
estoy llena de besos, cubierta de vías,
multiplicada de sexos, de cartas y de olvidos.
No puedo concebir la soledad de nadie
mientras marque mi pulso la hora universal.
Yo pueblo y habito las torres y los subterráneos.
Las cunas y los cementerios.
Que vengan a buscar en mí, su patria,
la ley, su casa, el idioma y el color de su piel.
Que me busquen los dulces y me ganen los que juegan.
Que me surtan las cosechas y me moldeen los alfareros.
Que estudien sobre mí la geometría, el cáncer y la biblia.
Que hagan los niños su curso de inocencia
y se gradúen de cansancio los ancianos.
Que vengan las madres solteras,
las que tienen un hijo con los párpados quebrados
que mi padre era ilímite y su nombre
puede bautizar la criatura y devolverle
la alegría que perdió su madre al concebirlo.
Que vengan. Que vengan a mí. Que nadie pregunte
“adónde voy” mientras yo exista.
Y mientras cuatro paredes sostengan el techo de mi casa.
Que nadie diga “adónde me reclino”
entre tanto mis hombros sostengan en redondo el aire.
Nací el día de la luz y el pecado original.
Crecí del sol, de su germen de oro tibio
y se me hincharon las venas
cuando supo la llama que así empezaba el fuego.
No soy yo. Soy todos. Soy colectiva y numerosa.
Me cuento por millones
y existo por kilómetros.
Soy un mundo de aviones, de culebras y de ríos.
Retumbo de hormigas y leones
y tengo las orejas pegadas al espacio
para captar el desfile de los muertos.
Sí. Que vengan los alegres al cascabel que habito.
Que vengan y me miren de campanas
que yo les digo el lugar de las marimbas.
Que vengan, yo les explico cómo es la risa
de cuero de las panderetas
y la cintura musical de los violines.
Yo les enseño cómo llegar al fondo de los tiples
y al amarillo perfil de los trigales.
Les digo la aromática historia de las piñas
y el cuento en el sol mayor de los canarios.
Sí. Yo les descubro la orilla de los sueños.
El continente de la salud y los domingos.
Les doy un diploma a los que estudian
con la firma de un viaje o de una novia.
Que no se quede ninguno sin venir.
Que vengan los tristes a depositar
su llanto entre mis ojos.
Que yo me callo sus dudas y disimulo su cuna y su viruela.
Que no pregunto si el cadáver era grande o pequeño
y si la muerte llegó de puntillas o en medio de tambores.
Que nada digo si durmió de hombre en hombre.
Si llenó las horas de sudor y una sola moneda pequeñita
se repartió en siete bocas desoladas.
Que fundo una aldea de llanto
donde puedan asearse las lágrimas y los pañuelos
sin que nadie averigüe
de dónde vienen ni hacia qué sitio se dirigen.
Yo abro las ventanas del caos para que se orienten los suicidas.
Que vengan todos.
Que vengan.
Que no caigo en la cuenta de las estériles,
de las prostitutas
ni de los homosexuales.
Que vengan.
Que no creo en los idiotas ni en los lunes.
Que no lloro delante de los torpes o los mudos.
Que no. Que no digo nada de los tristes, ni de las lesbianas.
Que no cuento nada de los que tienen sobre el hombro un piojo.
O andan preguntando si hay una mujer para alquilar.
Yo tengo sitio para aquél y para ti.
Que vengan mis dulces enemigas,
que pisen mi calle y mi memoria
que busquen a mi amado,
que él sabrá caminar sobre mi sombra.
Que se vistan de rojo o se desnuden de blanco.
Que excluyan mis esferas y mi vello.
Que pasen por encima de mi voz,
de mis dedos calientes como venas.
Sí. Que vengan las pálidas, las angulosas,
las de la piel de plata como las sardinas
las simétricas las puras
las de dulce perfil, que se distinga
como un medallón al pecho de mi amado.
Que ninguna se detenga. Yo oriento sus palabras y su olor.
Y hago que él no extrañe su risa de acordeón.
Yo les indico la ruta de su sueño
de su caricia acostumbrada
y les aconsejo el color que le pone los poros en relieve.
Yo estoy íntegra completa para todos.
Con mi cuerpo grande, mi casa llena de rincones,
con mis libros, mi vino, y el humo de mi chimenea
que pone su rúbrica de pan sobre el tejado.
Sí que vengan. Que vengan los que cantan
y los que creen que cantan.
A todos les creo y los escucho.
Respeto a los poetas cuyo único poema
hace gigante su ínfima estatura.
Al escritor cuya novela
es la almohada de las niñas de provincia
o el sombrío hazmerreír de las imprentas.
Que nunca me burlo de la ingenua que ríe convencida
de que sólo tiene arrugas en el almanaque.
Digo que sí, cuando el pintor
me pregunta, si ese pecado mortal de líneas y colores
me trae a la memoria una tarde de agosto
con un crepúsculo de uvas y nostalgias
colgando en la penumbra de su propio peso.
Yo emerjo de la historia y de los monumentos.
De las niñas que engañan, de la greda
y del fondo de las tumbas.
Del hastío de los reyes y las solteronas
que se dobla sobre un gato, sobre un canario
o sobre un tablero de ajedrez.
Yo emerjo de nada y me sumerjo en todo.
Que vengan a mí los caminantes
los que tienen geográficos los ojos
y dejan el cansancio y la memoria en los museos.
Que vengan los presos y me cuenten
sus noches de kilómetro
sus hondos calendarios de frío
y me digan a qué saben los venenos
mientras afuera el viento se pasea.
Que vengan.
Que vengan todos a mi corazón.
Yo me pongo de pies y juro.
Tú, y tú, y tú, me encontrarás.
Y no te fallaré a ti. Ni a ti. Ni a ti. ¡Ni a ti!
VOICES TO THE WORLD
“Whoever you are,
now I place my hand upon you,
that you be my poem”
Walt Whitman
Let them come. Yes. Cause I am calling them.
Cause I am opening my voice like a flower
to the entire world.
I can speak a million tongues and dialects,
stretch my arms infinitely.
Let them come. Yes, let the sad come to me, childless women,
black men, children without a laugh,
day labourers, virgins and poets.
Let thieves come, they who camouflage needles under their armpits,
nuns of white sex and a white cap,
let them come, yes, let them all come to me.
I am in their tears, in their sterile womb,
in the colour of their living deaths, in their clay,
in the chaos of their flame and of their silence,
in the mental shadow of their orgasms,
I, who stand before the door of the world,
tall and young
at the centre of mystery and truth.
Rivers of phosphorus run under my skin.
I represent the trees, the mud, and diamonds.
I am the wave complicit with the pirates,
the calm froth of the shipwrecked.
Let them come. Let them all come to my universal body.
To my common breasts. To my unlimited womb.
To my cardinal arms and legs.
Let them come to me, cause I’m the conscience of the gloomy,
the memory of the forgotten,
the blinds’ most desperate fog,
a Carthusian’s capital sin,
water, bread, roof, and land for man.
Let no one stay away.
I am the beach. The cage. The train. The book translated.
The simple little girl. The mountain range. The blue dress.
Don´t let them simply stand before me. My arms are broad
and encircle the globe.
And I have no special measure, or limit.
Let them all come, cause I’m the sister who didn´t marry,
the mother with a lover, the ugly relative,
the indeterminate and muscular daughter,
the thieving nephew, the embarrassed friend,
the deserter, the grandma with no stories,
the teacher whose skin resembles a map.
I say, ‘come all’, because I‘m multiple, abundant, and complete.
Because I bear the names of everyone,
their stature, flavour, corruption, the kindness of them all.
I take the steps of a million feet,
I am covered in kisses, paved with roads,
multiplied by sexes, letters, and oblivions.
I cannot bear to think of anyone being lonely
while my pulse beats the universal hour.
I people and inhabit towers and undergrounds.
Cradles and cemeteries.
Let them come, all of them, and in me find their homeland,
the law, their house, their language, and the colour of their skin.
Let the sweet look for me and gamblers find me.
Let all harvests replenish me, and all clay sculptors mould me.
Let them study geometry, cancer, and the Bible, on top of me.
Let children learn their course in innocence,
and let the elderly graduate from fatigue.
Let single mothers come to me,
those who have sons with broken eyelids,
cause my father was endless and his name
can baptize any creature and return
the happiness its mother lost when she conceived.
Let them come. Let them all come to me.
Let no one ask,“where can I go?”
as long as I‘m alive,
and four walls keep supporting the roof over my head.
Let no one ask,“where am I to lie down”,
as long as my shoulders can sustain the air around them.
I was born the same day as light and original sin.
I sprouted from the sun, from the seed of its warm gold,
and my veins swelled
when the flame learned that‘s how fires are started.
I‘m not just me. I´m everyone. I am collective and abundant.
I can count myself in the millions
and I exist in miles and miles.
I am a world of airplanes, snakes, and rivers.
Lions and ants resound in me,
and my ears are glued to space
so I can hear the dead people parade.
Yes. Let the happy come to the rattle I inhabit.
Let them come and stare at me as if I‘m made of bells
and I will show them the place for percussion.
Let them all come, I can explain to them,
how leather laughs among the tambourines,
and the musical waist of violins.
I can teach them to get to the bottom of the trebles
and to the yellow profile of wheat fields.
I can recount the aromatic history of pineapples
and the story of G major among canaries.
Yes. I will unfold the shores of dreams for them.
The continent of health and Sundays.
I can grant a diploma to those who study,
adding a journey, or a girlfriend.
Let no one keep from coming.
Let sad beings come and deposit their tears
inside my eyes.
Cause I can qualm their doubts and hide their cradle and smallpox.
Cause I won´t ask whether their corpse was large or small,
whether death came on tiptoes or in the midst of drums beating.
Cause I won‘t tell on them, if they slept from one man to another,
or if sweat crushed their hours and there was just one tiny coin
to be shared among seven destitute mouths.
Cause I will found a village for the criers
where they can wash their tears and handkerchiefs
without anyone knowing
where they came from, or where it is they‘re headed.
I can open the windows of chaos to show suicides the way.
Let all of them come forth.
Let them come.
Cause I won´t make a fuss over the barren,
prostitutes,
or homosexuals.
Let them come, all of them, cause I don´t believe in idiots or in Mondays.
cause I won´t cry before the clumsy or the dumb.
Cause I won‘t snitch on sad people or lesbians.
Cause I won´t tattle about those carrying lice upon their shoulders,
or those who ask around, ‘is there is a woman for hire‘.
I have room enough for that one there, and room enough for you.
Let my sweet female enemies come,
Let them step on my street and on my memory,
let them track down my lover,
for he will know how to tread on my shadow.
Let them dress up in red or go naked in white.
Let them exclude my roundness and my body hair.
Let them step on my voice
and on my fingers, warm as veins.
Yes. Let them come, the pale, the angle-ridden,
the ones with silver skins which resemble sardines,
the symmetric, the pure,
the women with soft profiles, let them stand out
like a medallion on the chest of my beloved.
Let them not curb themselves. I will guide their words and their smell,
and make sure he won´t miss their accordion laughter.
I will lead them on the route to his fantasies,
the caresses he‘s used to,
and advise them on the colours that make his pores stand out.
All of me is here for all of you.
With my large body, my house full of nooks,
with my books, wine, and the smoke from my chimney
stamping its breaded signature on rooftops.
Yes, let them come. Let those who can sing come,
and those who think they can sing.
I will believe them all and listen to them all.
I will respect the poets, whose just one single poem,
makes their pea-size gigantic.
The writer whose novel
is either a pillow to little girls back in the province,
or the dreary laughingstock of printing houses.
Cause I shall never mock the ingenue who giggles,
convinced that just the calendar bears wrinkles.
I answer ‘yes‘, when the painter asks me
if that mortal sin, in lines and colours,
brings me back memories of an afternoon in August
with a sundown of grapes and nostalgias
hanging from the penumbra of its own weight.
I rise from history and monuments.
From little girls, deceitful, from clay,
and from the bottom of graves.
From the tediousness of kings and spinsters
bent over cats, canaries
or a chessboard.
I rise from the void, and I‘m steeped in the whole.
Let them come to me, travellers
whose eyes are geographic,
and leave their exhaustion and memories to museums.
Let prisoners come and narrate
their kilometric nights,
their deep, cold calendars,
and let them tell me what poisons taste like
while, outside, the wind meanders.
Let them come.
Let them come, let all of them climb inside my heart.
I shall stand up and swear.
You, you, and you, you‘ll find me.
And I won’t fail you. Or you. Or you. Or you!
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