Virgilio Piñera nació en Cárdenas (Cuba) en 1912 y murió en La Habana en 1979.
NUNCA LOS DEJARÉ
Cuando puso los ojos en el
mundo,
dijo mi padre:
“Vamos a dar una vuelta por el
pueblo”.
El pueblo eran las casas,
los árboles, la ropa tendida,
hombres y mujeres cantando
y a ratos peleándose entre sí.
Cuántas veces miré las
estrellas.
Cuántas veces, temiendo su
atracción inhumana,
esperé flotar solitario en los
espacios
mientras abajo Cuba perpetuaba
su azul,
donde la muerte se detiene.
Entonces olía las rosas,
o en la retreta, la voz
desafinada
del cantante me sumía en
delicias celestiales.
Nunca los dejaré —decía en voz
baja—;
aunque me claven en la cruz,
nunca los dejaré.
Aunque me escupan,
me quedaré entre el pueblo.
Y gritaré con ese amor que
puede
gritar su nombre hacia los
cuatro vientos,
lo que el pueblo dice en cada
instante:
“Me están matando pero estoy gozando”.
I WILL NEVER LEAVE THEM
When he set his eyes on the world,
my father said:
“Let’s take a walk around town.”
The town was the houses,
the trees, the clothes hung out to dry,
men and women singing
and sometimes fighting each other.
How many times I gazed at the stars.
How many times, fearing their inhuman
attraction,
I hoped to float alone in space
while Cuba perpetuated its blue below,
where death stops.
Then I smelled the roses,
or inside the toilet, the out-of-tune voice
of the singer mesmerized me in heavenly
delights.
I will never leave them —he said in a low
voice—;
even if they nail me to the cross,
I will never leave them.
Even if they spit on me,
I will stay among the people.
And I will shout with this love that can
shout its name into the four winds,
what the people say at every moment:
“They are killing me but I am enjoying it.”
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